miércoles, 13 de enero de 2010

Historias de mi ciudad


Perdida en la multitud, maquillada y discreta. Ella siempre con una sonrisa, mostrando su firmeza al hablar. Amable pero muy respetuosa. Podría ser una chica de barrio Norte pero se crió en un barrio periférico. Sus jefes la consideran una excelente profesional, adicta a las exigencias laborales. Fanática de los números como buena contadora. Estricta organizadora, siempre con su agenda programada por los meses siguientes. En la oficina, hay quienes la tienen como altanera, soberbia y malhumorada pero nunca se lo hacen saber. Es querida por sus amigas y ninguneada por otros. Soltera empedernida, habita sola un departamento en el que florecen plantas, otra de sus pasiones. Nunca viajo a Moscú pero ama lo sovitieco, por eso empezó cursos de ruso. Ahí, un martes a la noche conoció a Dimitri, un descendiente de chechenios, que trabaja brillantemente en la Aduana. Por semanas nunca se hablaron, solo se saludaban con señas porque estaban sentados en pupitres lejanos de la extensa aula. Una noche calida de noviembre a la salida del curso de idioma, se cruzaron en la esquina. Ella lo miro fijo y le apunto directo al corazón. El, un tímido treintañero, jamás entendió de esas señales y siguió amablemente con un dialogo cursi mientras la acompañaba. Quiso ella que la llevara a su castillo pero el príncipe azul rengueaba en el límite del lance. Dimitri históricamente sufría las trabajadas conquistas que no abundaban, quizás por eso le costaba tanto demostrar su enamoramiento debido a las rotundas negativas que acumulaba. A ella el amor la esquivaba o ella a el, tan meticulosa con sus ocupaciones no dejaba tiempo para su corazón, cada vez mar artrosico. Será por eso, que el destino los junto, exitosos en lo suyo pero carentes de una caricia matinal o del beso de las buenas noches. Una vez mas ellos, solitarios van caminado, ilusionados con cambiar la racha. Buscando la medicina para curar sus corazones.

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